El artista dice que de este mercado (Non-Fungible Tokens) le gusta la idea de simular el sentido de pertenencia, pues el comprador recibe un certificado con un archivo serial que identifica la obra.
Es escultor y artista visual. ¿Por qué le apasiona fusionar su trabajo con la tecnología?
Siempre fui amante de la tecnología y fue una opción estudiar Ingeniería de Sistemas o algo por el estilo. Cuando estudié Artes, me dediqué a todo el mundo análogo: dibujo, escultura y formatos más clásicos, y lo relacionado con la tecnología lo dejaba para los ratos libres, pero cuando mi carrera empezó a despegar sentí que la tecnología me hacía falta. Comencé a explorar la programación y el 3D hasta que en 2020 lancé mi primera exposición virtual, Amor fati, que se puede descargar en las tiendas de aplicaciones.
¿En qué momento le interesó el “token” no fungible o NFT (Non-Fungible Tokens)?
Cuando terminé Amor fati y me pregunté qué pantallas podían existir para hacer exposiciones de estas obras. A comienzo de este año empezaron a salir ciertas noticias del cuento de los NFT y me causó mucha curiosidad. Investigué y me di cuenta de que era algo en lo que podía participar.
¿Qué le llamó la atención del NTF?
Me emocionó el hecho de agarrar un archivo y mezclarlo con el blockchain (monedero de criptodivisas) para volverlo parte de un registro comercial que sostiene que es de una persona. Se trata de un archivo que no es consumible porque el NTF es un “token no fungible”; es decir, es algo que no se consume o no se desgasta. El token es una moneda, pero no es oficial de un gobierno.
¿Cómo fue el proceso de llevar su obra digital a NFT?
Desde hace unos años, mis obras nacen primero en el mundo digital y luego se vuelven físicas. Lo que pasa es que este proceso solo se lo muestro a un museo o galería para que aprueben los proyectos. Esa dinámica me dio la oportunidad de empezar a premostrar el trabajo antes de realizarlo y para esta ocasión organicé tres renders de esculturas que estoy empezando a trabajar y, finalmente, vendí Intimus I.
En marzo pasado se conoció que el artista Beeple logró récord en una subasta con una obra NFT. ¿Cómo entró usted al mercado?
Logré recibir invitación de Foundation.app. Uno no entiende este asunto hasta que entra y debe invertir dinero para intentar vender la obra. Yo tenía muy claro cuáles eran las obras que quería montar, pero cuando me aceptaron en esta aplicación entré en colapso nervioso, porque hay unos gastos que ellos le llaman gasolina, que es lo que cobran por hacer cualquier tipo de transacción o movimiento en Ethereum, esa gasolina sube y baja según la hora del día y la cantidad de transacciones que se estén haciendo en ese momento. Puede ser una diferencia entre US$40 y US$200 para hacer cualquier cosa… y puedo decir que los artistas no estamos preparados para jugar a Wall Street.
¿En el arte digital NFT hay un nuevo mercado del arte o no se puede llamar así?
Creo que es un mercado demasiado nuevo y, aunque todo explotó muy fuerte, es un mundo del arte muy pequeño que, creo, solo se puede llamar mercado porque finalmente es una compraventa, hasta el momento, mientras que las colecciones se van estabilizando porque, luego de invertir dinero en lanzar unas piezas, vas a querer mostrarlas y seguramente habrá exposiciones o galerías que presenten este arte en unos tres o cinco años.
¿Cómo ve este mercado en Colombia?
Pienso que este tipo de coleccionismo va a comenzar con los mismos artistas que estamos captando esas criptomonedas internacionales y luego las empezamos a reingresar comprando arte. No sé cuál es el público que posee criptomonedas en Colombia, no sé si es la gente que trabaja en tecnología y posee criptomonedas en EE. UU., y si es así, no es el público más interesado en comprar arte por el arte y hasta qué punto sea una inversión.
¿Cómo marca su futuro artístico este panorama NFT?
Las primeras piezas NFT que presento son tímidas, pero eso es mientras voy comprendiendo cómo es todo. Ahora mismo estoy concentrado en convencer a intermediarios, galerías, museos y gente que quiera abrazar este tema y exponerlo, porque así el arte tendrá otro significado y este tipo de obra tendrá otros cuidados. En mayo próximo inauguro exposición física en Texas, Estados Unidos, y de pronto presento allí Amor fati, que se ha presentado en México, Estados Unidos, Suiza y China.
¿Cuando vende la obra entrega un tipo de archivo o es el certificado de venta con lo que se queda el comprador?
Hay gente que dice que lo que se entrega es un simple certificado, pero es un número serial, como una clave, que está guardado en unos archivadores (blockchain). Entonces, por más que sea un certificado, es un registro que sí tiene un archivo adentro que puede ser descargado cuando se quiera. En el momento en que se separa el archivo del certificado, la obra o pieza de arte deja de ser original, porque lo que representa la pertenencia es la unión.
Esa obra tiene dos ventajas. La primera es que, si el artista da el permiso para que la pueda vender, se puede hacer, y eso queda claro en el contrato inicial. La segunda es que por ese mercado secundario el artista recibe regalías del 10 al 15 %; esa es de las cosas más bonitas, porque siempre que nos revenden los artistas nunca ganamos nada, pero en este caso seguimos ganando y se me hace que es un homenaje al artista, por así decirlo.
Entonces el artista no puede volver a vender esa misma obra…
Si yo estuviera volviéndola a montar y volviéndola a abrazar con un certificado, digamos que estaría engañando si la vuelvo a vender, a menos que sea parte de un serial. Hay varias modalidades: vender una serie o un original.
Es decir que el NFT respeta la autenticidad como pieza única…
Es que eso es lo que se me hace bonito. Es como una simulación de propiedad. Así como antes uno simulaba una escultura en el mundo virtual, que la ves, pero no la puedes tocar, en este caso estás simulando el sentido de pertenencia. Hay que aclarar que todo lo hablado depende de la plataforma donde vendes tu arte o donde estés comprando, porque hay muchas que no son tan seguras.
Artículo originalmente publicado en el periódico El Espectador, Abril 2021.