El artista colombiano acaba de exponer en la Feria de Arte de Shangai, hoy recoge la trayectoria que lo puso entre los grandes creadores de la actualidad.

 

Joaquín Restrepo es amante de los caballos. Ha dejado ver ese gusto en algunas de sus obras.

Poco pudo hacer ese niño pequeño, llamado Joaquín, cuando en un viaje a Italia se enfrentó con las esculturas y los frescos de Miguel Ángel y Rafael. Se batió en duelo con la belleza y la belleza le ganó.  “El mayor impacto fue cuando visité la Basílica de San Francisco de Asís. Esa Basílica fue hecha con frescos de El Giotto. De ahí surgió mi primera idea, la que me dijo a mí que yo quería ser artista”, relata, desde los recuerdos de su infancia, el hombre de 26 años que es hoy.
Esa batalla la perdió porque había predisposición a declararse vencido por el arte: para esa época Joaquín Restrepo tocaba violín y era sopranista. Elisa Brex, la directora de Prolírica de Antioquia, lo dejaba estar en los ensayos de la ópera, tras bambalinas.
Con su mejor amigo, el tenor Mateo Blanco, Joaquín visitó en su juventud a los artistas antioqueños que le interesaba conocer, como Ramón Vásquez y Francisco Madrid. “Luego llegamos al taller de Débora Arango y estuve un tiempito con ella. La convencí de que me enseñara algo de las técnicas que tenía para pintar al óleo y estuve yendo durante un año con mi amigo. Él le cantaba a Débora y, mientras tanto, nosotros pintábamos. Con ella hice un cuadro a cuatro manos, su último óleo, que tiene como una monjita, y que está en Casablanca”, relata.
Poco a poco el arte se le metió en la vida. “No es que yo dijera ‘me quiero volver artista’, sino que mi gusto me empujó a conocer artistas, a conocer lugares, a conocer galerías. Un poco más adelante, durante una temporada de ópera, en la época de la Inauguración del Museo de Antioquia,  fui a hablar con el director del Teatro Colón, de Argentina, al hotel Dann Carlton, a ver si me ensañaba dirección de orquesta. En el lobby del hotel estaban Fernando Botero y su esposa, y yo, claro, me acerqué a pedir un autógrafo, aunque en realidad quería hablar con ella, porque en esa época yo hacía joyería y ella era joyera”. Y lo logró.
Sophia Vari, la esposa de Fernando Botero, le hizo la misma pregunta que le hacía Débora Arango: ¿Por qué, si tenía todos esos gustos, no se dedicaba al arte? “Yo les decía que yo para esto no sirvo”.
Ajá, ese niñito vencido por la belleza, apasionado por el arte, no tenía una pretensión profesional, por llamarlo de alguna manera. Solo tenía su afición. Aunque, después de reflexionar sobre la pregunta que le hizo Sophia Vari, decidió entrenar duro en la pintura.

Historia con su maestro

Si algo tenía claro Joaquín Restrepo era que, de estudiar pintura, quería aprender de alguien como David Mazur. Si algo no tenía claro era que David Manzur estaba vivo: Joaquín pensaba que él había muerto.
Un día, uno de sus amigos lo llamó para contarle que había visto a David Manzur en el programa Yo, José Gabriel. Restrepo consiguió el teléfono del artista por medio de un galerista.
Cuando llamó a Manzur para pedirle que le enseñara, éste se negó. “Él había cerrado su taller desde 1984, el único alumno que tenía en ese momento era el ex presidente Belisario Betancur. Tardé, más o menos, cinco años en convencerlo de que me aceptara”, cuenta.
El joven artista, cansado de insistir, se preparaba para mudarse a Nueva York. Realizó una última llamada a David Manzur, que, al contestarle, lo saludó con una efusiva felicidad que sorprendió a Joaquín, quien le preguntó a qué se debía el amigable saludo. “A mí me dijeron que tú te habías muerto en un accidente de tránsito en Medellín”, respondió Manzur. Entonces, Restrepo le dijo: “pues mire, usted estaba muerto para mí y vivió, yo estaba muerto para usted y reviví, la vida nos está dando un segunda oportunidad, recíbame en el taller”. Le dijeron que sí.
Joaquín Restrepo se mudó a Bogotá, donde, además, se inscribió en la Facultad de Artes de la Universidad de los Andes. Sin embargo, una vez allí, Manzur le informó que no lo recibiría.
“A mí me dio tanta rabia que agarré un taxi y me fui para la casa de él. Cuando llegué al taller le dije a ese señor hasta de qué se tenía que morir. No soy grosero, pero le dije que cómo era posible que jugara con las esperanzas de una persona joven, que si no entendía los traumas mentales que eso podía generar. Cuando terminé un monólogo como de una hora y media, él me dijo: ‘Usted se da cuenta, Joaquín, que ha sido la única persona que me ha dicho lo que usted está diciendo’. Yo le dije que sí, porque el resto de gente son todos unos miedosos, porque todos le dicen que todo es perfecto, que todo está bello, que es un genio, pero a ese tipo de personajes no hay quiénes lo bajen a la tierra. Para él es muy sencillo decir sí, hoy te recibo, pero mañana no”, relata.
Finalmente, entró al taller. Manzur lo estuvo echando durante cuatro años, él no se dejó.
Joaquín Restrepo agradece la ayuda de primera mano que recibió de Débora Arango, Ethel Gilmour, su otra maestra, y David Manzur. La agradece porque “yo no quería ir solo a la universidad, me parece una perdida de tiempo. Encontrarás uno o dos profesores que son una maravilla, pero hay otros que solo van detrás del cheque, porque como ellos no llegaron profesionalmente a donde querían entonces se meten a enseñar. Esos profesores te obligan a hacer lo que ellos quieren, como ellos quieren”.
La posición de Joaquín Restrepo sobre la educación universitaria para los artistas es clara: “tú ves que entre todas  las universidades se gradúan, no sé, 200 estudiantes cada seis meses, ¿y de esos estudiantes cuántos ves? Después de 50 años seguimos hablando de Manzur, de Rayo, de todos los mismos. Hay algo en el sistema educativo que no está funcionando”.

Esta escultura, Ágora, será parte de la exposición que Joaquín Restrepo hará en la Galería Arte Mundo, en Medellín, a final de año.

Su obra

Aunque la formación de Joaquín Restrepo es como pintor, su faceta conocida es la de escultor. Campo del arte en el que se define como un autodidacta.
El tema religioso le ha interesado, aunque nunca se ha involucrado directamente con él. “En la historia del arte hemos visto todo. Entonces ¿qué puedes hacer tú para aportar? Tú pintas un Cristo pero después del de Velásquez qué más puedes hacer. Lo que hago yo es enmascarar ese tema religioso en las esculturas”.
Inspirado por la frase de Frida Kahlo que decía: “yo me pinto a mí misma porque es lo que tengo más cercano”, Joaquín Restrepo se hace cargo de él mismo a través de la escultura de figuras masculinas. Explora su interior y su relación con los demás.
“Yo no soy demasiado conceptual, yo me ciño a la figura y no me voy a la parte abstracta, me gusta el sentimiento, que la persona sienta algo que lo haga pensar, aunque soy una persona altamente racional. Me interesa que haya un tren de emociones, que haya asombro”, cuenta sobre su propio trabajo.
Joaquín Restrepo piensa que el arte “no tiene por qué tener una responsabilidad social, siendo yo una persona responsable socialmente. A veces hay cierta forma de denuncias, de forma escondida, porque si todos han pintado sangre yo para qué voy a pintar sangre”.
Este escultor y pintor, que ha sido altamente elogiado por la crítica nacional, es uno de los artistas jóvenes con más proyección en Colombia, de quien se espera sea un gran nombre del mañana. Aunque, como es conciente él mismo, a sus 26 años su obra aún está en proceso de maduración.

Feria de Arte de Shangai

El Shangai Art Fair, por su nombre en inglés, es uno de los eventos anuales más importantes para el mundo del arte oriental y occidental. En él participan cerca de 150 galerías de arte moderno de todos los continentes. Este festival cuenta con un Pabellon Latinoamericano que, para la edición de este año, tuvo a dos colombianos: Fernando Botero y Joaquín Restrepo, ambos antioqueños.

COPYRIGHTS ® 18 de Abril de 2011 ® EL MUNDO